Cuando entré a estudiar publicidad lo hice casi por casualidad. La verdad es que nunca tuve muy claro a lo que me quería dedicar; me gustaba la tecnología, los softwares, investigar en internet, leer, escribir, jugar, sacarle el rollo a las personas, etc. De hecho le plantié a mis padres que en vez de pagarme una carrera, me dieran la plata para irme de viaje por todo el mundo y pensándolo bien hubiese sido la mejor idea.
Comparo el valor agregado que tenía el oficio de ser Publicista, como el glamour en los años 50’s y lo cool o interesante que llegó a ser en los 90’s, pero la verdad es que este último tiempo me es cada vez más común encontrarme con opiniones como “Estos publicistas de mierda”, “La publicidad es basura”, etc. En más de una ocasión me lo he tomado personal y he terminado discutiendo con alguien, pero dentro de todo tienen razón.
Perdimos el glamour, lo cool, lo interesante, lo divertido, lo revolucionario y finalmente nuestro valor como profesionales. Bueno, es algo sensible, la verdad es que el principal argumento que utilizo para defender nuestro oficio y particularmente algo que me apasiona mucho, es que los publicistas prestamos un servicio comunicacional que en su mayoría, es requerido por entidades comerciales. En el fondo, que la culpa era de las marcas que no estaban interesadas o que derechamente no se involucraban en otros temas que no sea vender sus productos y ganar dinero.
Sí, es una manera muy publicitaria de ver la realidad. Porque es real que las marcas generalmente tienen discursos limitados, no desarrollan su intelecto y sus capacidades sociales, básicamente se comportan como esa persona a la que nadie quiere escuchar, soportar, consultar, invitar, incluir, etc. Porque lo único que hace es hablar de si misma una y otra vez sin siquiera tener la decencia de detenerse para que respondas. Pero la otra verdad es que hablamos del valor agregado, pero pensamos que es ponerle un “Y además te llevas”. Siendo que el verdadero valor agregado que falta en publicidad, son precisamente lo valores.
No piensen que soy una “señora de edad complicada” o que me paro a protestar afuera de la Conar exigiendo moral y respeto por los valores. A lo que me refiero es a ese valor extrínseco que pueda ser realmente apreciado, identificado y alabado por las personas, los grupos o la sociedad. En algún momento, en medio de toda la revolución por las computadoras más avanzadas, a este tipo Steve Job se le ocurre que las computadoras deberían ser lindas y le sumó un valor estético a algo que realmente era una caja llena de micro chips.
En Chile cuesta sumarle valora las marcas, ya que terminamos recreando realidades poco representativas, en la publicidad chilena o somos todos rubios, de ojos azules, con la ropa sospechosamente limpia y radiante, gesticularmente muy idiotas y hablamos con términos que parecen ser sacados de una mala obra de teatro o somos flaites. Las marcas hablan como el Banco de Chile o como El Perro de Lipigas, pero no identifican a nadie, no generan ningún valor.
Como dije no se trata de que las marcas se hagan moralistas, si cayeran en eso estaríamos peor. Sino que hablo de que las marcas adopten creativa y comunicacionalmente un sentido más holísticos y le sumen valores como la verdad, la realidad, la sinceridad y la naturalidad a su comunicación. Todavía no encuentro una marca que hable realmente como hablamos los chilenos, todavía no veo esa capacidad de mimetizarnos con los diferentes lenguajes que tenemos los publicistas, reflejado en una marca.
Hay marcas que han optado por incorporar valores tecnológicos que las llevan a ser consideradas innovadoras y un aporte, pero no todas las marcas o empresas tienen la posibilidad de invertir en innovación tecnológica, pero si todas podrían invertir en innovación conceptual. Siento que a nivel estructural, investigativo y tecnológico hemos avanzado mucho, pero seguimos siendo carentes de conceptos comunicacionales y creatividad simple que pueda llegar a transformarse en algo muy profundo.
Para cerrar, una salvedad, cuando me refiero a algo profundo, es a algo que pueda calar de verdad en los chilenos, sin ser dramáticos, cebollentos, intelectualoides, aspiracionales o vulgares. Simplemente siendo naturales, tal cual como somos, reales, de verdad, con ciertos valores propios y ciertos valores agregados.