Ubicado en la desembocadura del estero San José del río Maipo
Domingo 8 de la mañana, abro los ojos y veo que por mi ventana entra un rayo de sol hermoso que me dejo bien despierta. Nada que hacer! A la ducha me fui. Agua caliente, agua fría y quedo lista para iniciar el camino hacia un lugar que quería visitar hace ya varios meses “El cajón del Maipo” no tenía claro a qué lugar del cajón iría y no me preocupaba, quería llegar y que un habitante de esos que conocen bien la zona, me dijera por donde podía ir. Me gusta que los lugares me sorprendan, así que no busco mucho en la web, busco la aventura del descubrir.
Como estos planes son perfectos para hacerlos en compañía, elegí la mejor, ya que sabía que me seguiría el paso a lo que diera. Estábamos listos para iniciar el viaje después de tomar un rico desayuno. Nos fuimos!
Disfrutar el paisaje del recorrido que iniciamos, fue satisfactorio, ya que llenar tu cabeza con miles de cuadros, que luego recordarás e irás juntando hasta armar un plano completo, se convierte en un excelente ejercicio para nuestra memoria.
Ya pintaba el medio día y llegamos al pueblo; lo primero que teníamos que hacer era almorzar. Ya era hora y no sé por qué, en la plaza, el olor a comida no te dejaba ir. Buscamos el lugar más casero y tranquilo, para disfrutar de comida como si fuera en el hogar. Luego de un rato! Misión cumplida; estábamos listos para seguir. Agarramos el camino que por instinto creímos el correcto.
Luego de caminar aproximadamente 20 minutos, encontramos a unas abuelitas que venían de bajada. Así que ahí estaban, frente a nosotros las persona que nos dirían por dónde seguir. Con palabras muy amorosas nos habló de un lugar que no estaba muy lejos y nos indicó cómo llegar. Seguimos la ruta tal como no la dijo, hasta encontrarnos con un camino que estaba perfectamente diseñado; una estrecha línea adornada con muchos árboles, flores y su suelo en piedras y tierra suave. Fuera zapatos! No paso ni un minuto, cuando el ya estaba a pata limpia disfrutando del lugar por donde pasábamos. Yo mientras tanto seguía a paso lento, maravillándome con las sombras que se hacían en el piso y del aire limpio que mi nariz respiraba.
Llegamos al final del camino, donde había una puerta hecha con madera, una larga cadena y al fondo una casa. “Prohibido el paso” decía en un aviso. De la casa salió un hombre muy alegrón, quien nos dijo que siempre se tenía que pagar para ingresar, pero que por esta vez, estaba todo bien. Podíamos seguir. Al fondo ya se escuchaba el ruido del agua; caminamos unos metros más y entre rama y rama hizo presencia un gran rio que corría tranquilamente. El río Maipo, bello en su esplendor y estaba ahí, para nosotros. No había más que hacer. Patitas al agua para saludarlo, eso sí, no soportemos mucho ya que a pesar del sol que hacía, el agua estaba helada. Aclaro! Eso no le restaba belleza.
Luego de recorrer un poco más la zona, contar historias, reír, respirar y estar en silencio con el paisaje; nos sentamos en medio de la naturaleza a disfrutar de un rico picnic que acompañamos con una infusión de canela, manzanilla y limón, que ya estaba dando sus últimas gotas de vida. Un termo lleno antes de salir de casa, nos ayudo bastante para hidratarnos en el día.
Ya la tarde empezaba a caer y se acercaba el regreso. La ciudad, esperaba por nosotros. Así que despidiéndonos de la naturaleza, dimos vuelta para buscar el camino que nos traería a casa. Y así volvimos, recargados de la mejor energía y con la felicidad de haber conocido un nuevo lugar que nos ayudo a pasar un maravilloso día.